Historia del flamenco en Barcelona: el éxito del arte jondo en el siglo XIX

Juli Vallmitjana en las barriadas gitanas de Barcelona entre finales del siglo XIX y principios del XX.

El flamenco no llegó a Cataluña en la década de 1950 de la mano de la migración murciana y andaluza, como es ampliamente asumido en gran parte de España. Fue mucho antes: la primera vez que se mencionó la palabra flamenco en algún archivo de la región fue el 26 de enero de 1794, en el Diario de Barcelona, en unos versos que un tal J.M.A. ‘el Madrileño’ le envía a Álvaro María Guerrero. Escribe: “Yo era cantador / tú hacías los versos / y también tocabas / algún instrumento”. En el mismo romance nombra a Xavier el Flamenco, por lo que ya debía existir alguna manifestación artística “protoflamenca”, y ya tenía relación con Barcelona.

Los investigadores y flamencólogos están más o menos de acuerdo en afirmar que el flamenco surgió en Andalucía, concretamente en las provincias de Cádiz y Sevilla, después de que los gitanos (tras un viaje de siglos desde el norte de la India, actual Pakistán) se asentaran en esa zona durante doscientos años. Algo medianamente parecido al flamenco como lo conocemos hoy apareció en el siglo XVIII. Y en el siglo XIX se popularizó tanto en Barcelona como en Madrid y Sevilla, pero todo este arraigo del flamenco desde sus inicios en la ciudad condal es desconocida por el gran público.

Majismo, industrialización y nuevo ocio

Varios factores ayudaron a que el flamenco saliera del ámbito privado y se subiera a los escenarios de Barcelona a principios del siglo XIX: la corriente cultural conocida como “majismo”, que significó la defensa de los cantos y bailes españoles frente a los extranjeros; la atracción por el folklore de Andalucía y su pasado musulmán; y la romantización del mundo gitano y su patrimonio musical.

También fue esencial una transformación social que trajera el empujón necesario: el dinero. Y Barcelona se encontraba en un proceso de industrialización y aumento de población urbana que incrementó la demanda de espectáculos, y el flamenco supo encontrar su hueco entre la nueva oferta de ocio. Comenzó asomando la cabeza en los intermedios de las largas funciones teatrales. Gustaron al público y se empezaron a incluir también al final. Aunque en los inicios, más que flamenco como tal, eran piezas del folclore español: boleros, jotas, tangos, rondeñas, seguidillas, zapateados y malagueñas, en los que ya aparecían las castañuelas y las panderetas como percusión. Este fue el principio del flamenco en Barcelona según el historiador Eloy Martín Corrales, que matiza que a esas alturas aún estaba “disfrazado y manipulado”.

De la lejana Andalucía hasta Cataluña

¿Cómo llegaba el flamenco de Andalucía a Cataluña? Probablemente, indica el historiador en su ponencia sobre el flamenco en Barcelona a principios del XIX, a través de los profesionales del cante y del baile de Andalucía que viajaban o se mudaban a Barcelona, y acabó triunfando por más “razones que aún se nos escapan”, reconoce.

Cabe suponer, continúa Martín Corrales, que los artistas, una vez conocían este arte y querían aprenderlo y afianzarlo, viajaban a Andalucía o acudían a las comunidades flamencas y gitanas de Barcelona y alrededores. Los gitanos catalanes, como muestran varias evidencias documentales, ya conocían el flamenco en la primera mitad del siglo XIX. El escritor francés Prosper Merimée, por ejemplo, acudió al bautizo de una gitana en 1846 y escribió: “Las canciones, que me eran ininteligibles, tenían el mérito de recordarme Andalucía”.

El esplendor del flamenco barcelonés en los cafés cantantes

En 1847 abrió el Gran Teatro del Liceo de Barcelona, y aunque años después se convirtiera en templo de la ópera, apoyó el folclore español en general y el andaluz en particular desde su programación inicial, en la que incluyó el ballet “La Rondeña”, seguidillas, malagueñas o incluso cachuchas, baile hoy olvidado de la escuela bolera y la tradición andaluza.

Al Liceo se sumó la proliferación de cafés cantantes en las calles de Paralel, Barceloneta y el Raval (entonces conocido como Barrio Chino), lo que significó el paso definitivo para la consolidación del flamenco en la oferta nocturna barcelonesa. En 1901 existían 74 cafés cantantes en estos tres barrios, y estaban completamente dedicados a este arte, como recogen las guías turísticas de la época: “Cafés cantantes. Canto y baile flamenco”, publicitaban.

“Tan linda, tan graciosa, tan andaluza”

Uno de los más sonados fue el Villa Rosa, en Drassanes, fundado por el guitarrista Miguel Borrull, nacido en Castellón y padre de una familia clave para los comienzos del flamenco barcelonés: sus hijas Isabel y Julia formaron como bailaoras el exitoso dúo ‘Las hermanas Borrull’, conocidas como ‘Las Egipcias’; y su hijo Miguel Borrull Jiménez, también tocaor, fundó en 1929 la Bodega Andaluza en Plaza Cataluña, donde la aristocracia acudía a escuchar flamenco después de la ópera en el Liceo. 

Otra personalidad del flamenco en aquella Barcelona fue Manuela Perea, “la Nena”, natural de Andalucía, bailarina que hizo carrera en la década de 1850 y 1860 con un repertorio de bailes y cantos andaluces y “gitanos” (como se nombraban en la época). “Tan linda, tan graciosa, tan andaluza”, contaban de ella las crónicas del momento.

Carmen Amaya: “El sentimiento hecho carne”

Volviendo a los cafés cantantes, “en el Villa Rosa”, cuenta la investigadora y doctora en Historia de la Música Montse Madridejos para La Vanguardia, “se escenificaban una suerte de performance de celos gitanos que quienes se veían involucrados tardaban mucho en olvidar”. Fue en uno de esos cafés cantantes del Barrio Chino, en La Taurina, donde el escritor y crítico musical Sebastián Gasch vio a bailar a Carmen Amaya por primera vez: “En una actitud tremendamente hierática, para permitir que el alma se eleve hacia regiones inaccesibles.  De pronto, un brinco.  Y la gitanilla baila.  Lo indescriptible.  Alma.  Alma pura.  El sentimiento hecho carne”, escribió Gasch en 1931 en la Revista Mirador. Carmen Amaya, la bailaora a la que rendimos homenaje en el Tablao de Carmen desde 1988, se crió en el Somorrostro, un barrio de barracas en la playa donde vivieron muchas familias gitanas hasta su derribo en 1966. En el Somorrostro nació también otra de las figuras del baile flamenco barcelonés: La Singla.

“La historia del flamenco en Barcelona está aún por escribir”

Cuando Carmen Amaya empezó a triunfar en los cafés cantantes, Barcelona ya se había alzado como una de las capitales del arte jondo, gracias en gran parte a la Exposición Universal de Barcelona del año 1929. Según el propio Gasch: “El flamenco tenía, acaso, tanta vigencia como en las ciudades andaluzas, y proliferaban los locales en los que podría verse bailar y escuchar el cante”. Todo este esplendor cayó en el olvido con la llegada de la Guerra Civil (1936 – 1939) y la postguerra. De acuerdo con Cants Oblidats, investigación y álbum del Taller de Músics de Barcelona, el nacionalflamenquismo y el catalanismo, así como el éxito de la rumba catalana, dejaron en la sombra toda esta historia de protoflamenco y flamenco catalán en el siglo XIX y principios del XX. En palabras de Montse Madridejos en el artículo citado anteriormente: “La historia del flamenco en Barcelona está aún por escribir”.