El cajón flamenco

¿Cómo y cuándo el flamenco adoptó al cajón peruano?

Todo el mundo piensa que fue Paco de Lucía el primero que vio algo muy flamenco en el cajón peruano. Pero según la biografía de Juan José Téllez sobre el guitarrista de Algeciras, la historia no fue exactamente así. Una noche de 1977 en Lima, Paco de Lucía se encontraba en una fiesta en casa del embajador de España en Perú, en la que se celebraba un concierto de la cantante peruana Chabuca Granda y el percusionista Caitro Soto. Éste tocaba el cajón y cantaban La flor de la canela. Fue Rubem Dantas, percusionista y uno de los miembros del sexteto que Paco acababa de formar, el primero que escuchó algo muy jondo en el sonido del cajón.

“Vi ese instrumento en Lima”, contaba Rubem Dantas según recoge Téllez, “y me acordé de la mesa de casa de mi abuela en Salvador de Bahía. La mesa de madera buena donde yo tocaba de pequeño”. Al ver el cajón le propuso a Paco de Lucía: “Yo creo que el cajón peruano podríamos incorporarlo al grupo”. Él estuvo de acuerdo.

Paco de Lucía insiste, en muchas entrevistas, que reconoció que en esa pequeña caja estaba la percusión flamenca que andaba buscando. Para él, “el cajón tiene el sonido agudo del tacón de un bailaor y el grave de la planta, y además, lo puedes llevar contigo a cualquier sitio”. A partir de esa noche el instrumento llegó al flamenco para quedarse, y 50 años después se asocia automáticamente al escenario flamenco y sigue considerándose indispensable en cualquier producción flamenca.

El cajón y los flamencos: un matrimonio automático

El resto de flamencos asumieron el cajón como si siempre hubiera estado ahí. “A los seis meses, en todas las casas flamencas de España había un cajón”, contaba Paco de Lucía. Pocos años después, en 1981, el guitarrista publicó su álbum Solo quiero caminar, el primer álbum flamenco en incorporar el cajón, y el primero con el sexteto que el tocaor había formado: la percusión de Rubem Dantas, el bajo y el laúd de Carles Benavent, la flauta y el saxofón de Jorge Pardo, la guitarra flamenca de Ramón de Algeciras y la voz de Pepe de Lucía. 

A pesar de algunas voces en contra, el cajón fue ampliamente acogido y en seguida todos los flamencos lo hicieron suyo de manera natural. El percusionista José Córdoba ‘Moskito’ explica así esta inmediata conexión: “La sonoridad del cajón cuadró tan bien por la semejanza con las palmas, que habían acompañado siempre al flamenco, pero también por su cercanía a los nudillos, que se parecen incluso más a cómo suena el cajón. El cajón le ha aportado mucha riqueza rítmica, y se ha hecho prácticamente imprescindible en muchos palos como la bulerías, los tangos, las alegrías y la rumba”, cuenta.

Un cajón en todos los estudios de grabación

 Como explica ‘Moskito’, en seguida empezó a escucharse en los discos flamencos de la época. Dos años después del Solo quiero caminar de Paco de Lucía, en 1983, Camarón lanza su disco Calle Real, y aparece el cajón en la tercera canción, sus populares tangos Yo vivo enamorao. Vicente Amigo, leyenda viva de la guitarra flamenca, lanza en el 85 su primer disco como solista, y se escucha el cajón en la bulería Morao. En el mismo año el grupo Ketama, uno de los mayores exponentes del “nuevo flamenco”, lanza su primer disco y utiliza este instrumento, que seguiría sonando en todas sus grabaciones. Igualmente, Tomatito, incluye el cajón en sus primeras andanzas como tocaor solitario después de la muerte de Camarón, en su álbum Rosas del amor de 1997.

Igualmente es ampliamente reconocido por la academia: dos de los flamencólogos más respetados y estudiados, Manuel Gamboa y Faustino Núñez, no dudan de lo esencial que fue la entrada del cajón en el género: “Es, a nuestro parecer, el gran descubrimiento de la organología honda en el siglo XX. Ofrece innumerables ventajas: no da nota, no se come los armónicos y encaja a las mil maravillas con los sones nuestros”, aseguran.

Cajoneros y bailaores

No solo los músicos asumieron el cajón como suyo, también los bailaores, como acompañamiento en el compás de su baile. Así lo explica Joni Cortés, bailaor del Tablao de Carmen: “El cajón facilita porque los golpes están matizados, da los golpes contigo, y ayuda mucho a la hora de montar una patada. Hay gente que prefiere la palma, pero el cajón te da muy buen apoyo”, explica.

En la década de los 90 pasaron por nuestro tablao dos grandes cajoneros: el percusionista Tobalo y el madrileño Pepe Motos, impulsor del cajón en el flamenco en Cataluña. Después de ellos, en el flamenco catalán siguen surgiendo artistas del cajón muy ligados a nuestra casa flamenca: Jonny Sánchez, Jacobo, Paco de Mode o David Domínguez. También esta tierra, en Blanes, vio nacer a Juan Heredia ‘Nito’, que además de bailaor es uno de los artesanos cajoneros más solicitados. “Todo el mundo tiene un cajón suyo”, explica Mimo Agüero, la directora del Tablao de Carmen.

Más allá del cajón

El cajón llegó para hacerse el rey de la percusión flamenca pero, ¿qué había antes? En los comienzos del flamenco, situado por los flamencólogos a principios del siglo XVIII, los sonidos que acompañaban el cante los producía el cuerpo humano: los nudillos golpeando una mesa, la mano del tocaor pegando en la guitarra, las palmas o los chasquidos con la lengua. También se utilizaban elementos del entorno como una botella de anís, una vara, o un bastón, o pequeños instrumentos como sonajas, cascabeles o panderetas.

Muchos de ellos se siguen utilizando a día de hoy, como el yunque, tocado típicamente para acompañar el cante por martinete, con el objetivo de evocar el sonido de los herreros al forjar metales en la fragua, oficio común de los primeros flamencos. Y, por supuesto, siempre han estado presentes las castañuelas como elemento de percusión flamenca. El uso de castañuelas, también llamados palillos, estuvieron presentes en la escuela bolera desde el siglo XVII, disciplina muy unida al flamenco en sus raíces, y son muchos los bailaores y bailaoras que lo siguen utilizando a día de hoy para acompañar su danza.

Tanto el cajón como los nudillos o las palmas son señas de identidad del flamenco, una manera de marcar el compás, tan inherente al cante, al baile y a la guitarra. En el Tablao de Carmen lo vivimos cada noche… ¡ven a verlo de cerca!