La RAE lo define así: “tablado”, escenario dedicado al cante y baile flamencos. Pero son mucho más que eso. Los tablaos son templos del arte jondo, repartidos por España y parte del extranjero. Aparecieron en la década de los 20 del siglo pasado, tras la reconversión de los cafés cantantes o “catedrales del duende”, primeros lugares a los que llegó el flamenco para el público cuando salió de los patios y las casas de las familias flamencas. Se llamaron tablaos por las tablas de madera que forman el escenario, y pronto se consolidaron como lugares en los que estaba garantizado ver buen flamenco.
Esa etapa, durante la primera mitad del siglo XX, se conoce como la época de la “ópera flamenca”, que entre muchas teorías se cuenta que se llamó así porque los promotores registraban los espectáculos de flamenco como ópera, ya que éstos tributaban solo el 3%, y los espectáculos de variedades (donde se enmarcaría el flamenco), el 10%.
En estos años el baile tomó protagonismo y el acompañamiento de guitarra se hizo indispensable. Llegó la década de los 60, la época dorada de los tablaos, que tuvo todo su esplendor en Madrid. En esa época en la capital, en los principales tablaos se concentraron cantaores que marcaron la historia del flamenco del siglo XX: “Ibas a Torres Bermejas y estaba Camarón, ibas al Café de Chinitas y estaba Enrique Morente, ibas al Corral de la Morería y estaba Porrina de Badajoz. Yo he vivido la mejor época del flamenco, y todo eso se reunía aquí”, cuenta sobre aquellos años Aurora Carbonell, bailaora de la saga de Los Montoyita y viuda de Enrique Morente en el documental ‘Rastro flamenco’. Décadas después, los tablaos siguen albergando el duende flamenco que intentó explicar Lorca, un lugar para que los curiosos descubran el flamenco y los aficionados puedan deleitarse con este arte. Pero, ¿pero qué hace a un tablao ser un tablao?
El cante atrás y el foco en el baile
El baile es el alma de los tablaos. De las tres disciplinas jondas (cante, baile y toque), el baile es sin duda el gran protagonista sobre las tablas. En las peñas flamencas, el cante es el centro: ‘cante alante’, como se conoce en la jerga flamenca cuando el foco está en la voz. El show en un tablao se compone de un cuadro flamenco, con un mínimo de tres bailaores, acompañados de guitarra y de cantaores, que hacen cante ‘atrás’. El zapateo es la estrella de un pase en un tablao, por eso otra cosa que diferencia los tablaos de las peñas (o del resto de oferta flamenca como conciertos o festivales), es que las tablas están a un poco más de altura, como altar para que los bailaores queden por encima de la vista y se pueda contemplar al completo los movimientos del baile.
“Es un lugar de encuentro donde el aficionado puede ver el flamenco en su estado más natural”, así lo define Mimo Agüero, directora del Tablao de Carmen. Es, además, un trampolín para los jóvenes que empiezan. Es sobre las tablas donde aprenden una de las razones de ser del flamenco: la improvisación y la interpretación personal de cada artista. Además, es un lugar en el que se perpetúa la esencia de ser un lugar alegre también de encuentro y restauración, siendo siempre el protagonista el flamenco y los artistas, con un público variopinto.
El cuadro flamenco, cuando empieza el pase, solo ha acordado el palo flamenco que va a sonar, el resto es creación del momento. “Hasta que tú no te subes a un tablao no aprendes, porque yo no he aprendido en ningún sitio más que aquí”, cuenta Tere Salazar, bailaora veinteañera del Tablao de Carmen.
Muchos de los artistas que en nuestros 35 años de historia han pasado por nuestra casa cuando eran jóvenes son ahora artistas de largo recorrido, como Sara Baras, Eva Yerbabuena, El Yiyo o la mismísima Rosalía. Y cada noche seguimos trayendo a jóvenes que prometen llegar lejos. Pero la magia de un tablao es muy difícil de explicar por escrito… ven al Tablao de Carmen a verla con tus propios ojos.